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Cuestiones Naturales, Libro Septimo

Libro séptimo

I. Nadie hay de tal manera tardo, tan estúpido e inclinado a la tierra, cuya mente no se exalte alguna vez y mire al cielo, especialmente cuando alguna maravilla nueva resplandezca en él. Porque mientras se suceden los hechos ordinarios, la costumbre de presenciarlos nos oculta su grandeza. Así somos, en efecto: por admirable que sea lo que contemplamos todos los días, no nos impresiona, mientras que los hechos más indiferentes, en cuanto salen del orden acostumbrado, cautivan nuestra atención. Los astros que esmaltan la inmensa bóveda, realzando su magnificencia, no hacen levantar la vista al pueblo; pero si ocurre algo extraordinario, todas las miradas se fijan en el cielo. El Sol no tiene espectadores más que cuando se eclipsa. Y de la misma manera, nadie contempla la Luna sino cuando se encuentra en idéntico caso. Entonces claman las ciudades, y vana superstición infunde temores a todos. ¡Cuánto más maravilloso es ver al Sol recorrer tantos grados como días hace nacer, encerrando el año en su círculo; que después del solsticio acorta los días retrocediendo, y en su marcha, oblicua siempre, deja mayor espacio a las noches; que aminora la claridad de las estrellas; que tanto mayor que la Tierra, no la abrasa, sino que la beneficia con su calor, mandándolo unas veces más fuerte y otras más suave; que ni ilumina ni oscurece jamás la Luna como no la tenga enfrente! Y nada de esto observarnos, como no se interrumpa el orden establecido. Pero sobreviene una perturbación, aparece algo desacostumbrado; se mira, se pregunta, se excita la atención de los demás. ¡Tan natural es admirar lo nuevo más que lo grande! Lo mismo acontece con los cometas. Si se presenta alguno de estos cuerpos inflamados con forma rara y desacostumbrada, todos quieren saber lo que es; se olvida todo lo demás para ocuparse de él; ignórase si se debe admirar o temblar, porque no faltan gentes que difunden el terror, deduciendo de estos hechos espantosos presagios. Así es que se pregunta, y se arde en deseos de saber si es un prodigio o solamente un astro. Y a fe mía, no hay investigación más noble, ciencia más útil que la que da a conocer la naturaleza de las estrellas y de los astros: ¿hay allí, como demuestran nuestros ojos, una llama reconcentrada de la que brotan luz y calor, o bien, en vez de globos inflamados, son cuerpos sólidos y terrosos, que rodando en espacios ígneos reciben calor y luz, cuyo foco no se encuentra en ellos mismos? Así opinaron eminentísimos varones, que consideraron los astros como sustancias duras y compactas que se alimentan de fuegos extraños. La llama sola, dicen, se disiparía si no la retuviese algún cuerpo que ella retiene a su vez; un globo de luz que no estuviese adherido a un cuerpo estable, pronto quedaría disuelto en el torbellino del mundo.

II. Antes de entrar en esta investigación, conviene preguntar si los cometas tienen distinta naturaleza que los astros. Con ellos tienen algo común, como el nacimiento, el ocaso, y también la forma exterior, exceptuando la difusión y prolongación de sus rayos: en lo demás, el mismo fuego, igual esplendor. Si, pues, todos los astros son cuerpos terrosos, también lo serán éstos. Si no son otra cosa que llama pura, que subsiste seis meses, sin que la disuelva la rápida revolución del mundo, los cometas pueden estar formados también de una sustancia tenue que no puede disolver la perpetua rotación del cielo. También convendrá investigar si el mundo gira en derredor de la Tierra inmóvil, o si es la tierra la que gira y el mundo está fijo. Algunos han dicho que somos nosotros los que la naturaleza arrastra, sin que nos demos cuenta de ello; que no es el cielo, sino nosotros, los que tenemos Oriente y Occidente. Cuestión es muy digna de atención la de saber cuál es la situación nuestra: si nuestra morada es inmóvil, o si goza de rápido movimiento; si Dios hace girar alrededor nuestro todas las cosas, o nosotros giramos alrededor del universo. Necesitaríamos también el relato de todos los cometas que aparecieron antes de nuestra época, porque su escasez impide conocer la ley de su carrera y convencerse de si su marcha es periódica, si orden inalterable les hace aparecer en día fijo. Pero la observación de estos cuerpos celestes es reciente, y hace muy poco que se introdujo en Grecia.

III. Demócrito, el más sagaz de los sabios antiguos, supone que hay más estrellas errantes de las que se cree; pero no fija el número ni las nombra; en su época ni siquiera estaba determinado el curso de los cinco planetas. Eudoxio fue el primero que llevó estos conocimientos del Egipto a Grecia; sin embargo, nada dijo de los cometas; de lo que se deduce que ni los mismos Egipcios, el pueblo más curioso por la astronomía, había profundizado esta parte de la ciencia. Más adelante, Conon, observador de los más exactos, también consigna los eclipses de Sol que habían estudiado los Egipcios, pero no hizo mención alguna de los cometas, que no hubiese omitido, de haber encontrado entre ellos algún indicio. Dos sabios, que dicen haber estudiado con los Caldeos, Epigenes y Apolonio Mindio, tan hábil astrólogo este último, disienten en cuanto a este punto. Según Apolonio, los Caldeos colocan a los cometas entre las estrellas errantes, y conocen su carrera; Epigenes, por el contrario, dice que nada tienen seguro en cuanto a los cometas, pero que los consideran como cuerpos inflamados por el torbellino de aire que los rodea.

IV. Comenzaremos, si te parece, por exponer las opiniones de este sabio y refutarlas. Según él, Saturno es el planeta que influye más en el movimiento de los astros. Cuando pesa sobre los signos inmediatos a Marte, entra en la proximidad de la Luna, o penetra en los rayos del Sol, su naturaleza fría y tempestuosa condensa el aire y le da forma de globo en muchos puntos; si en seguida absorbe los rayos solares, zumba el trueno y brilla el relámpago. Si concurre Marte a su acción, estalla el rayo. Además, dice, el rayo tiene una materia y los relámpagos otra: las evaporaciones del agua y de todos los cuerpos húmedos solamente producen en el cielo claridades amenazadoras que quedan sin efecto; pero cuando son más cálidas y secas, las exhalaciones que envía la tierra producen el rayo. De la misma manera se forman las vigas, las antorchas, que solamente se diferencian por el volumen. Cuando un globo de aire, de los que llamanos torbellinos, está cargado de partículas a la vez terrestres y húmedas, allí donde se dirige produce el efecto de llama extensa, durando la aparición tanto como subsiste la masa de aire llena de partículas húmedas y terrestres.

V. Empezando por los errores más próximos, diré que es falso que los torbellinos formen las vigas y antorchas. El torbellino se forma y corre cerca de la tierra: por esta razón arranca los árboles y devasta el suelo por donde pasa, arrastrando algunas veces bosques y edificios; inferior casi siempre a las nubes, jamás al menos se eleva sobre ellas. Las vigas aparecen en parte más elevada del cielo, y nunca se han visto entre la tierra y las nubes. Además, el torbellino es siempre más rápido que las nubes y gira en redondo, cesando bruscamente y disipándose por su misma violencia. Las vigas y antorchas no cruzan el cielo de una parte a otra, sino que están fijas y brillan siempre en el mismo punto. Charimandro, en el libro que compuso acerca de los cometas, dice que Anaxágoras vio en el cielo una luz extraordinaria, de las dimensiones de una viga grande, y que duró muchos días. Una llama prolongada y de semejante aspecto, según refiere Calisthenes, precedió a la inundación de Helicis y Buris. Aristóteles sostiene que no era una viga, sino un cometa, cuyos resplandores diseminados no habían impresionado la vista por efecto del calor de la estación, pero que bajando después la temperatura, restituyó al cometa su aspecto propio. Esta aparición, notable por más de un concepto, lo es especialmente porque casi en el acto sepultó el mar las dos ciudades. ¿Consideraba Aristóteles esta viga y todas las demás como cometas? Sin embargo, se diferencian en que la luz de la viga es continua y la de los cometas esparcida. Las vigas brillan con llama igual, sin interrupción ni disminución, y solamente más concentrada en los extremos, como fue la que he mencionado con referencia a Calisthenes.

VI. Según Epigenes existen dos géneros de cometas. Unos difunden en todos sentidos intensa llama, y no cambian de lugar; otros solamente difunden por un lado llama esparcida a modo de cabellera, y discurren entre las estrellas; como fueron los dos que hemos visto en nuestra época. Los primeros se encuentran rodeados de unas a manera de crines, están inmóviles y cercanos de la tierra, debiendo su formación a las mismas causas que las vigas y las antorchas; esto es, a las modificaciones de un aire denso lleno de las emanaciones húmedas y secas de nuestro globo. El viento comprimido en parajes angostos puede inflamar el aire superior, si está lleno de partículas inflamables; puede en seguida rechazar de este centro luminoso el aire inmediato, que haría más tenue y retrasaría al globo de fuego; y además, al siguiente día y en los inmediatos puede alzarse de nuevo e inflamar los mismos puntos. En efecto, vemos por muchos días seguidos alzarse viento a la misma hora. Las lluvias también y otros fenómenos tempestuosos tienen sus regresos periódicos. Y en fin, para completar brevemente la teoría de este filósofo, diré que cree formados los cometas de una manera análoga a los fuegos que lanza el torbellino; con la diferencia de que los torbellinos bajan de las regiones superiores a la tierra, y los cometas suben de la tierra a las regiones superiores.

VII. Mucho se objeta contra todo esto. En primer lugar, si el viento fuese la causa, correría siempre en la aparición de los cometas, siendo así que éstos se muestran en el aire más tranquilo. Además, si los formase el viento, desaparecerían con él; si con él comenzasen, con él aumentarían, brillando tanto más cuanto más violenta fuese la corriente. A esto añadiré que el viento obra sobre muchos puntos del aire y que los cometas se presentan en una sola región; el viento no llega a cierta altura, y se ven cometas mucho más arriba del dominio de los vientos. El filósofo pasa en seguida al género de cometas que dice se parecen más a las estrellas, que tienen movimiento y pasan de la línea de las constelaciones. Atribúyeles el mismo origen que a los cometas inferiores, con la diferencia de que las emanaciones que los forman están compuestas especialmente de partículas secas que tienden por naturaleza a elevarse, lanzándolas el aquilón hacia las altas regiones del cielo. Pero si el aquilón las impulsara, marcharían siempre hacia el Mediodía, que es la dirección de este viento. Ahora bien; sus direcciones son diversas, marchando unos a Oriente, otros a Occidente, formando todos una curva que no les imprimiría el viento. Y en último caso, si el aquilón les impulsara desde la tierra a las regiones superiores, no aparecerían jamás cometas con otros vientos, y no sucede así.

VIII. Refutemos ahora la segunda razón, de las dos que da. Todo lo que la tierra exhala de seco y húmedo, una vez reunido, por la incompatibilidad misma, debe agitar el aire en torbellino. Este viento furioso, girando en redondo, inflama todo lo que recoge en su carrera y lo remonta en los aires. El brillo del fuego que arroja dura tanto cuanto puede alimentarse el mismo fuego, y cesa en cuanto no tiene ya alimento. El que habla de esta manera no ve cuánto se diferencia la carrera del torbellino de la de los cometas: aquél, en su rápida violencia, es más impetuoso que los vientos mismos; la marcha de los cometas es tranquila, hasta el punto de ocultarnos el espacio que recorren en un día y una noche. Además, la marcha del torbellino es vaga y sujeta a cambios, caprichosa, según la llama Salustio; la del cometa es regular, siguiendo dirección muy determinada. ¿Podría creer alguien que el viento arrastrase a la Luna, a los cinco planetas, o que los arrollase un torbellino? Creo que no. ¿Por qué? Porque su carrera no es irregular ni desordenada. Lo mismo podemos decir de los cometas. Nada hay confuso ni tumultuoso en sus movimientos; nada que haga suponer los determinan causas irregulares e inconstantes. Y en último caso, aunque esos torbellinos fuesen bastante poderosos para apoderarse de las emanaciones húmedas y terrestres y lanzarlas desde el suelo al cielo, no las elevarían sobre la Luna, puesto que su fuerza se detiene en las nubes. Pero vemos los cometas en las regiones más altas, entre las estrellas; luego no es verosímil que un torbellino se sostenga a tan considerable altura, porque cuanto más fuerte es, más pronto se disipa.

IX. Elija de esto lo que quiera el filósofo: o el torbellino tiene poca fuerza y no podrá elevarse tan alto, o será violento e impetuoso y se romperá más pronto. A esto dice que si los cometas inferiores no suben tanto es porque contienen más partículas terrestres. Su peso es lo que los retiene cerca de la tierra. Sin embargo, necesario es que los más permanentes y elevados estén más llenos de materia, porque no brillarían por tanto tiempo si no contasen con más alimentos. Hace poco decía que el torbellino no puede subsistir mucho ni elevarse más alto de la Luna y al nivel de las estrellas; y esto porque el torbellino se forma por la lucha de muchos vientos, y esta lucha no puede ser larga. Porque cuando algunas corrientes de aire inciertas y sin dirección fija han girado en círculo durante algunos momentos, pronto concluye una de ellas por dominar. Ninguna tempestad violenta dura mucho; y cuanto más fuerte es, más pronto pasa. Cuando los vientos alcanzan su mayor grado de intensidad, pierden toda su violencia, y por su misma impetuosidad tienden forzosamente a extinguirse. Así es que nunca se ha visto que un torbellino dure un día entero y ni siquiera una hora. Su rapidez asombra, y no asombra menos su corta duración. Además, su violencia y rapidez son mucho más sensibles en la tierra, y cerca de ella; al elevarse se dilatan, enrarecen y disipan. Añade a esto que, aunque llegasen a la región de los astros, el movimiento que arrastra a todo el universo los disiparía. ¿Qué hay más rápido, en efecto, que esta revolución del mundo? Si podría disipar el esfuerzo de todos los vientos reunidos y hasta la sólida trabazón de la tierra, ¿qué haría con algunas partículas de aire girando en torbellino?

X. Además, estos fuegos, elevados a lo alto por un torbellino, no podrían subsistir sino con el torbellino mismo. ¿Y qué hay más increíble que la permanencia de un torbellino? Todo movimiento queda destruido por el movimiento contrario, y el éter está sometido al movimiento de rotación que arrastra al cielo,

Sideraque alta trahit, celerique volumine torquet.

Y hasta concediendo alguna duración a los torbellinos, contra toda posibilidad, ¿qué se dirá de los cometas que están visibles durante seis meses seguidos? Por otra parte, necesario sería que existiesen dos movimientos en el mismo punto; uno permanente, de naturaleza divina, que ejerciese su acción sin descanso; el otro nuevo, accidental y producido por un torbellino. Ahora bien; las revoluciones de la Luna y de los planetas que giran por encima de ella, son irrevocables; jamás existe vacilación ni suspensión, nada que nos muestre que han encontrado obstáculos. No es creíble que un torbellino, es decir, la tempestad más violenta y desordenada de todas, llegue hasta los astros, y penetre en medio de ese orden tan armonioso y tranquilo. ¿Admitimos que por la revolución de un torbellino pueda brotar fuego, y que este fuego, lanzado hasta las regiones superiores, nos presenta el aspecto de un astro prolongado? Pues creo que esta llama debería tener la forma de aquello que la produce: es así que la forma del torbellino es redonda, puesto que gira sobre el mismo punto como podría hacerlo una columna sobre su eje; luego la llama que produjese debería modelarse por él. Pero la llama de los cometas es prolongada, desparramada y de ninguna manera redonda.

XI. Dejemos a Epigenes, y examinemos las opiniones de otros. Mas antes de exponerlas, recordemos que los cometas no se presentan en una sola región del cielo, ni en el círculo del zodiaco exclusivamente, sino que aparecen tanto a Levante como a Poniente, aunque con más frecuencia cerca del Septentrión. Su forma es variable; porque a pesar de que los Griegos los han dividido en tres clases, unos cuya llama pende como barba, otros ostentándola a modo de cabellera, y los terceros proyectándola delante en forma de cono, todos sin embargo pertenecen a la misma familia y llevan con justicia el nombre de cornetas. Pero como no se presentan sino a largos intervalos, es muy difícil compararlos entre sí. Hasta durante su aparición, no están conformes los observadores acerca de sus caracteres; pero según se tiene la vista más penetrante o más débil, así se dice que son más brillantes o más rojos, considerándose más replegada la cabellera sobre el cuerpo del astro o más saliente por los lados. Por lo demás, ora exista entre ellos alguna diferencia, ora no haya ninguna, indispensable es que las mismas causas produzcan todos los cometas. Lo único realmente cierto en cuanto a los cometas es que su aparición es inesperada, su forma extraña, y que arrastran consigo una llama desparramada. Algunos antiguos dieron esta explicación: cuando se encuentran dos estrellas errantes, confundiendo su luz, presentan el aspecto de un astro prolongado; y así debe ocurrir no solamente por el contacto, sino que también por la aproximación de una estrella a otra; porque entonces, iluminado e inflamado el espacio que las separa, debe aparecer como largo rastro de fuego.

XII. Contestaremos a esto que el número de las estrellas movibles es determinado; que se ven todas hasta cuando aparece el cometa; de lo que resulta que su ustión no lo produce, sino que éste tiene existencia propia. Con frecuencia sucede que un planeta pasa por debajo de la órbita de otro más elevado; Saturno suele encontrarse más alto que Júpiter, y Marte, Venus o Mercurio en línea perpendicular, sin que de estas aproximaciones resulte ningún cometa: de lo contrario así, tendría que aparecer uno cada año; porque todos los años se encuentran a la vez en el mismo signo algunos planetas. Si bastase para producir un cometa que una estrella pasase por encima de otra, el cometa solamente duraría un instante, por ser muy rápido el paso de los planetas. Así son tan breves los eclipses, porque los astros se separan con tanta celeridad como se aproximan. Vemos al Sol y a la Luna desprenderse en pocos momentos de la oscuridad que les rodeaba; ¿cuánto más rápida debe ser la separación de estrellas mucho más pequeñas? Pero hay cometas que duran hasta seis meses; lo cual no acontecería si los produjese la aproximación de dos planetas, puesto que éstos no pueden permanecer mucho tiempo reunidos, teniendo que obedecer incesantemente la ley de velocidad que los rige. Por otra parte, esos planetas que nos parecen cercanos entre sí, están separados por inmensas distancias. ¿Cómo, pues, había de poder una estrella mandar su luz a otra estrella, hasta hacerlas aparecer unidas, no obstante el enorme espacio que las separa? Dices que la luz de dos estrellas se confunde en la misma apariencia, así como enrojecen las nubes cuando las hiere el sol, así como los crepúsculos matutino y vespertino toman matiz dorado, así como el arco iris en presencia de los rayos solares refleja sucesivamente distintos colores. Pero en primer lugar todos estos efectos se deben a una causa muy activa, siendo el sol quien produce estos matices inflamados. Los planetas no tienen tanta fuerza, y por otra parte estos fenómenos no ocurren sino por debajo de la Luna y cerca de la Tierra. La región superior está pura, sin mezcla que la altere, y conserva siempre su color propio. Además, si algo de esto sucediese allí, no tendría duración, desaparecería en seguida, como esas coronas que se forman alrededor del Sol y de la Luna y que se disipan casi en seguida. Ni siquiera el arco-iris dura mucho, y si la luz de dos planetas pudiese llenar el espacio que los separa, se disiparía con igual rapidez, o al menos no duraría tanto como los cometas. Los planetas describen sus círculos en el zodiaco, y se ven cometas en todos los puntos del cielo; no siendo más segura la época de su aparición que los límites del espacio de que no han de salir.

XIII En contra de esto dice Artemidoro que solamente están observados los cinco planetas conocidos, pero que no son los únicos que existen; que nos escapa multitud de ellos, bien porque la poca intensidad de su luz nos los oculta, o bien porque la posición de su órbita sólo nos permite verlos cuando llegan al extremo de su carrera. Intervienen, pues, según dice, estrellas nuevas que confunden su luz con las fijas y proyectan mayor fuego que las estrellas ordinarias. Esta es la mentira más pequeña de todas las de Artemidoro, porque toda su teoría del mundo no es otra cosa que impudente falsedad. Si hemos de creerle, la región superior del cielo es sólida y resistente como lo sería un techo, constituyéndola una bóveda profunda y gruesa formada por la aglomeración de átomos condensados; la capa inmediata es ígnea, siendo tan compacta que no puede disiparse ni alterarse; tiene, sin embargo, respiraderos a manera de ventanas, por las cuales penetran los fuegos de la parte exterior del mundo, aunque no en tanta cantidad que puedan alterar la parte interior, desde donde remontan a la parte superior del cielo. Los fuegos que aparecen fuera del orden acostumbrado provienen de este foco exterior. Refutar estas cosas, ¿qué sería sino agitar los brazos y descargar golpes al viento?

XIV. Quisiera, sin embargo, que me dijese este que ha dado al mundo techo tan sólido, por qué hemos de creer en el espesor de que nos habla. ¿Qué fuerza ha sido la que llevó tan alto esas masas compactas y las mantiene allí? Lo que tan macizo es, necesariamente ha de pesar mucho. ¿Cómo, pues, permanecen en lo alto cuerpos tan graves? ¿Cómo no desciende, no se rompe esa masa por su peso? Porque no es posible que esos enormes cuerpos permanezcan suspendidos y sólo tengan ligero éter por apoyo. Tampoco se dirá que les retienen ciertos lazos exteriormente e impiden su caída, ni que entre ellos y nosotros existe algo que los sostenga y en lo que descansen. Tampoco se atreverá nadie a sostener que el mundo va arrebatado en el espacio y que cae eternamente sin que así parezca, gracias a la misma continuidad de su caída, que no tiene término donde pueda concluir. Esto dijeron de la Tierra, no pudiendo explicar cómo permanece fija esta masa en el aire. Cae eternamente, dicen, pero no es sensible su caída, porque tiene lugar en lo infinito. ¿Y cómo probarás que el número de los planetas no es cinco, que hay multitud de otros y en multitud de regiones del mundo? Si no tienes para demostrarlo ningún argumento fuerte, ¿por qué no ha de decirse también que todas las estrellas son movibles o que ninguna lo es? Además, de nada te sirve esa multitud de estrellas errantes, porque cuantas más haya, más frecuentes serán sus encuentros; pero los cometas son raros, y por lo mismo se les admira tanto. ¿Y no se levanta contra ti el testimonio de todas las edades que han observado la aparición de estos astros y la trasmitieron a la posteridad?

XV. Después de la muerte de Demetrio, rey de Siria, y de Antíoco, poco antes de la guerra de Acaya, brilló un cometa tan grande como el Sol. Su disco fue primeramente inflamado y rojo; su luz asaz brillante para triunfar de la noche. Poco a poco disminuyó de magnitud, se debilitó su brillo y al fin desapareció por completo. ¿Cuántas estrellas habían de reunirse para formar tamaño cuerpo? La aglomeración de mil de ellas no igualaría a las dimensiones del Sol. Bajo el reinado de Attalo se vio un cometa, pequeño al principio, que después se elevó, se extendió, avanzó hacia el círculo equinoccial, y aumentó hasta el punto de igualar, por su inmensa extensión, esa zona del cielo que se llama láctea. ¿Cuántas estrellas errantes se hubiesen necesitado para llenar de fuego continuo tan extenso espacio del cielo?

XVI. Habiendo rechazado los argumentos, combatiré a los testigos. No es muy difícil despojar a Eforo de su autoridad; no es más que historiador. Ahora bien: entre los historiadores, los hay que apetecen notoriedad relatando hechos increíbles, y como los lectores se dormirían sobre acontecimientos demasiado comunes, los despiertan con prodigios. Unos son crédulos, y otros negligentes. Algunos se dejan sorprender por la mentira, y no faltan quienes encuentran deleite en ella; éstos la buscan, aquéllos no saben evitarla. Este es el vicio de todos estos escritores que creen no pueden agradar ni popularizarse sus obras si no están sazonadas con mentiras. Eforo, uno de los menos fidedignos, en tanto es engañado y en tanto engaña. De aquel cometa, por ejemplo, que todo el mundo consideró como causa de una calamidad muy grande, la desaparición de Helicis y Buris bajo las aguas, dice que se dividió en dos estrellas, y él es el único que lo asegura. ¿Quién podía sorprender el momento de esta división y fraccionamiento del cometa en dos partes? ¿Y cómo, si alguno lo vio dividirse, no se le pudo ver formarse de dos estrellas? ¿Por qué no añadió cuáles son estas dos estrellas, puesto que debían formar parte de los cinco planetas?

XVII. Apolonio Mindio opina de otro modo. Sostiene que los cometas no son reunión de estrellas, sino que muchos cometas son verdaderas estrellas. No son imágenes engañosas, dice, fuegos que aumentan por la aproximación de dos astros, sino astros reales como el Sol y la Luna. Su forma no es enteramente redonda, sino que se desarrolla y extiende en sentido longitudinal. Por lo demás, su órbita no es visible; atraviesan las regiones más altas del cielo, y solamente aparecen cuando llegan a la parte más baja de su carrera. No creamos que el cometa que se vio en tiempo de Claudio es el mismo que apareció bajo Augusto; ni el que se ha presentado en tiempo de Nerón César, y rehabilitado a los cometas, se pareciese al que después de la muerte de Julio César, durante los juegos de Venus Genitrix, se elevó sobre el horizonte hacia las once del día. Los cometas son muy numerosos y de más de una clase; sus dimensiones difieren y su color varía: unos son rojos, sin brillo; otros blancos y brillantes, con luz muy pura; algunos presentan una llama mezclada con elementos poco tenues y rodeados de vapores luminosos; otros tienen color rojo sanguíneo, presagio amenazador de la que se derramará muy pronto. Su luz aumenta y disminuye como la de los demás astros, que brillan más y parecen mayores a medida que se acercan a nosotros; más pequeños y menos luminosos cuando retroceden alejándose.

XVIII. Fácilmente se responde a todo esto, que no sucede lo mismo en los cometas que en los demás astros. Los cornetas, desde el primer día en que aparecen, tienen toda su magnitud. Ahora bien, deberían aumentar a medida que se acercan a nosotros, y sin embargo, su primer aspecto no cambia hasta que comienzan a extinguirse. Puede decirse además en contra de este filósofo, lo mismo que se dice contra los anteriores: si los cometas fuesen astros errantes, no girarían en derredor del zodiaco, entre cuyos signos realizan su revolución todos los astros. Nunca aparece una estrella al través de otra, y la vista del hombre no puede penetrar el centro de un astro para ver al otro lado otro astro más alto. Es así que a través de un cometa se ve como a través de una nube los cuerpos ulteriores; luego los cometas no son astros, sino fuego ligero y agitado.

XIX. Nuestro Zenón opina que son estrellas cuyos rayos convergen y se cruzan, resultando de esta reunión de luz una imagen de estrella prolongada. Partiendo de esto, creen algunos que los cometas no existen en realidad, siendo solamente apariencias producidas por la reflexión de astros cercanos o por su encuentro y coherencia. Otros dicen que existen realmente, pero opinan que tienen curso regular y que después de ciertos períodos reaparecen ante la vista de los mortales. Otros, en fin, opinando lo mismo en cuanto a lo primero, les niegan el nombre de astros, atendiendo a que se disipan, duran poco tiempo y se desvanecen en seguida.

XX. Casi todos los nuestros admiten esta creencia, que no encuentran repugnante con la verdad. En efecto, vemos encenderse varios géneros de fuegos en las regiones elevadas; en tanto se inflama el cielo; en tanto

Longos a tergo llammarum albescere tractus

en tanto corren antorchas con intenso resplandor. El mismo rayo, no obstante su prodigiosa rapidez, que nos hace pasar instantáneamente del deslumbramiento a la oscuridad, no es otra cosa que fuego debido al rozamiento del aire, fuego que brota de fuerte choque atmosférico. Por esta razón no es otra cosa que llama sin permanencia, que surge y pasa, dejando de existir en un instante. Los otros fuegos subsisten más tiempo, y no se desvanecen hasta que consumen el alimento que los sostiene. A esta clase pertenecen los prodigios que refiere Posidonio, las columnas, los escudos ardientes y otras llamas notables por su extraña novedad, en las que nadie fijaría la atención si no fuesen contrarias al orden y a la ley de la naturaleza. Todos se asombran ante la aparición de repentino fuego en las regiones elevadas, ora brille y desaparezca en el acto, ora, producido por la compresión del aire que se inflama, tenga consistencia que causa maravilla. Y en último caso, ¿no se ve algunas veces que el éter, reconcentrándose en sí mismo, deja vasta cavidad luminosa? Exclamar podrías: ¿Qué es esto?

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Palantesque polo stellas...

cosas que algunas veces no esperaron a la noche para brillar, sino que se presentaron en pleno día. Pero existe otra razón para que aparezcan en momento tan poco oportuno para ellos estos astros, cuya existencia es constante hasta cuando no se les ve. Muchos cometas son invisibles porque los oscurecen los rayos del Sol. Refiere Posidonio que, durante los eclipses de este astro, hase visto algún cometa oculto por su proximidad. Frecuentemente, al ocultarse el Sol, vense cerca de él fuegos desparramados; y es que, sumergido el cometa en la luz solar, no puede verse, mientras que su cabellera está fuera de los rayos del astro.

XXI. Creen los de nuestra escuela que los cometas, así como las antorchas, las trompetas, las vigas y otros prodigios del cielo, proceden de aire condensado. Por esta razón aparecen los cometas con más frecuencia al Septentrión, porque allí abunda el aire estancado. Mas ¿por qué no permanece inmóvil el cometa, sino que marcha? Lo diré. Porque de la misma manera que el fuego, sigue siempre a su alimento; y aunque tiende a las regiones superiores, faltándole allí la materia inflamable, necesario es que retroceda y descienda. En el mismo aire no se inclina a derecha ni izquierda, porque no tiene camino propio, sino que sigue la vena de aquello que lo sostiene: no es una estrella que marcha, sino un fuego que se alimenta. Mas ¿por qué son largas sus apariciones y no se disipan antes? En efecto, durante seis meses se ha mostrado el que hemos visto bajo el feliz reinado de Nerón, y que giraba en sentido inverso del que se presentó en tiempo de Claudio. Porque partiendo del Septentrión y elevándose hacia el Mediodía, se dirigió al Occidente, oscureciéndose cada vez más: el otro, viniendo del mismo punto, con tendencia hacia el Occidente, volvió al Mediodía, donde desapareció. Consistía esto en que el primero, alimentado con elementos húmedos y más aptos para la combustión, los siguió constantemente, y al segundo le favoreció una región más fecunda y más sustancial. Los cometas se dirigen, pues, hacia donde les atrae su alimento, no por camino trazado. Las circunstancias han sido diferentes para los dos que hemos observado, puesto que el uno se dirigía a la derecha y el otro a la izquierda. Ahora bien; todos los planetas se mueven hacia el mismo lado, es decir, en sentido contrario al movimiento del cielo. Éste gira de Oriente a Occidente, y los planetas de Occidente a Oriente. Por esta razón tienen dos movimientos, uno que les es propio, y otro que les arrastra con el conjunto.

XXII. No pienso como los nuestros en este punto. En mi opinión, el cometa no es fuego que se encienda de pronto, sino que lo cuento entre las obras eternas de la naturaleza. En primer lugar, todo lo que el aire crea dura poco, siendo fugaz y pronto para desaparecer como el elemento que lo produce. ¿Cómo había de permanecer algo mucho tiempo en el aire, que jamás permanece igual, que siempre está fluido y solamente tiene pasajeras calmas? Rapidísimamente pasa de un estado a otro: en tanto lluvioso, en tanto sereno, en tanto variando entre los dos estados. Las nubes que con tanta frecuencia se forman en el aire, en las que se condensa para convertirse en lluvia, unas veces se aglomeran, otras se diseminan y nunca están sin movimiento. Imposible es que un fuego permanente tome asiento en cuerpo tan fugaz y subsista en él con tanta tenacidad como los que la naturaleza ha fijado para siempre. Además, si el cometa fuese inseparable de su alimento, bajaría constantemente, porque el aire es tanto más denso cuanto más cercano está de la tierra, y los cometas nunca descienden tan bajo ni se acercan al suelo. En fin, el fuego va a donde le lleva su naturaleza, es decir, arriba; o bien se dirige a donde le arrastra la materia a que se adhiere y de la que se alimenta.

XXIII. Ningún fuego ordinario y celeste tiene marcha tortuosa; solamente los astros describen curvas. Ignoro si los antiguos cometas las describirían; pero en nuestro tiempo dos las han descrito. Además, todo fuego encendido por causa pasajera, se extingue pronto; así es que las antorchas solamente brillan al pasar, el rayo no tiene fuerza más que para un golpe solo, y las estrellas errantes no hacen más que cruzar el aire. Ningún fuego es permanente si no tiene en sí mismo su foco: me refiero a esos fuegos divinos, a esas eternas antorchas del mundo, que son sus miembros y sus obras. Pero éstos realizan una misión, recorren una carrera, guardan orden constante y siempre son los mismos. Veríaseles crecer de un día a otro o decrecer, si su llama fuese prestada y su causa instantánea. Esta llama sería menor o mayor según que tuviese más o menos alimento. Acabo de decir que la llama producida por la alteración del aire no tiene duración, y añadiré ahora que no tiene ninguna, que no puede subsistir. Porque las antorchas, el rayo, las estrellas errantes, todos los fuegos que el aire exprime de su, seno no pueden hacer otra cosa que huir en el espacio y solamente se los ve caer. El cometa tiene su asiento propio, por cuya razón no se ve expulsado tan pronto y termina su carrera: no se extingue, sino que se aleja del alcance de nuestra vista. Si fuese estrella, dirán, se movería en el zodiaco. Pero ¿quién puede poner límite fijo a los astros? ¿quién encerrar estrechamente ciertos seres divinos? Esos mismos planetas que te parecen ser los únicos que se mueven, recorren órbitas diferentes. ¿Por qué no ha de haber astros que sigan direcciones especiales y muy alejadas de las de los planetas? ¿Por qué ha de ser inaccesible alguna región del cielo? Si pretendes absolutamente que todo planeta toque al zodiaco, el cometa puede tener círculo tan amplio que coincida en algún punto, lo cual no es necesario, pero sí posible.

XXIV. Considera si no es más digno de la grandeza del mundo dividirlo en millares de caminos diferentes, que admitir un sendero solo y hacer de las demás partes desierto enorme. ¿Crees acaso que en este inmenso y hermoso conjunto, entre esos innumerables astros que embellecen con su variedad la noche y no dejan jamás el aire vacío y sin acción, solamente cinco estrellas tengan movimiento libre y las demás permanezcan quietas como pueblo inmóvil y fijo? Si se me pregunta ahora en qué consiste que no se ha observado el curso de los cometas, como el de las estrellas errantes, contestaré que hay mil cosas cuya existencia admitimos, a la vez que ignoramos cómo son. Todos convienen en que tenemos un alma, cuyo imperio unas veces nos excita y otra nos repele; pero qué sea esta alma, quién este jefe, este regulador de nosotros mismos, nadie nos lo explicará, como no nos dirá tampoco dónde tiene su asiento. Uno dice: es un soplo; otro contesta: es una armonía; éste la llama fuerza divina; aquél, aire eminentemente sutil; el otro, poder inmaterial. No falta quien la hace consistir en la sangre, en el calor vital. Tan incapaz es esta alma de ver con claridad las demás cosas, que todavía está buscándose a sí misma.

XXV. ¿Por qué, pues, hemos de admirarnos si los cometas, esos raros espectáculos del mundo, no están reducidos aún a leyes fijas, y no se sepa de dónde vienen, ni dónde se detienen, siendo así que sus reapariciones no tienen lugar sino a inmensos intervalos? No han pasado aún mil quinientos años desde que Grecia

.....stellis numeros et nomina fecit

Hoy todavía existen muchos pueblos que solamente conocen el cielo de vista y no saben por qué se eclipsa la Luna y se oscurece. Nosotros mismos tenemos desde muy poco tiempo ha conocimiento seguro de esto. Día llegará en que lo que es misterio para nosotros quede esclarecido por el trascurso de los años. No basta la vida de un hombre para tan grandes investigaciones, aunque la consagrase exclusivamente a la contemplación del cielo. ¿Qué ha de suceder si tan escaso número de años los dividimos, y no por mitad, entre el estudio y los vicios? Estos fenómenos se explicarán sucesivamente y a largos períodos. Tiempo llegará en que nuestros descendientes se asombrarán de que hayamos ignorado cosas tan sencillas. De ayer conocemos la aparición matutina y vespertina, la estación, el momento en que avanzan en línea recta, la causa por que retroceden esos cinco planetas que tenemos a la vista, y cuya presencia en diferentes puntos nos obliga a ser curiosos. Las inmersiones de Júpiter, su ocaso, su marcha retrógrada, porque así han denominado su movimiento de retirada, hace muy pocos años que nos son familiares. Sabios ha habido que nos han dicho: Os equivocáis si suponéis que alguna estrella puede estar parada o desviarse de su carrera: todas marchan hacia adelante, todas obedecen a su primitiva dirección. Su curso terminará con su existencia. Esta obra eterna tiene movimientos irrevocables; si alguna vez se detiene, es porque sobrevendrán obstáculos que hasta ahora ha hecho impotentes la marcha igual y ordenada del universo.

XXVI. ¿Por qué, pues, hay astros que retroceden al parecer? La concurrencia del Sol les da apariencias de lentitud, y la naturaleza de las órbitas y círculos es de tal suerte, que en ciertos momentos engaña al observador. Así también las naves, aun navegando viento en popa, parecen inmóviles. Algún día existirá quien demuestre en qué parte del cielo vagan los cometas; por qué caminan tan separados de los demás astros; cuál es su magnitud, cuál su naturaleza. Contentémonos con lo que se ha descubierto hasta el presente, y que nuestra posteridad tenga también su parte de verdad que descubrir. Las estrellas, dicen, no son trasparentes, y la vista pasa a través de los cometas. Si esto sucede, no es a través del cuerpo del cometa, que es fuego denso y sólido, sino a través del rastro de luz esparcida en forma de cabellera que le rodea. Ves por los intervalos del fuego, pero no a través del fuego mismo. Toda estrella es redonda, dicen también, y los cometas son alargados, de lo que se deduce que no son estrellas. Pero ¿quién te concederá que los cometas son alargados? Tienen naturalmente como los demás astros forma redonda, pero su luz se extiende a lo lejos. De la misma manera que el Sol lanza sus rayos a lo largo y a lo ancho, y presenta sin embargo diferente forma que sus oleadas luminosas, así también el cuerpo de los cometas es redondo, pero su luz se nos presenta más prolongada que la de las demás estrellas.

XXVII. ¿Por qué? preguntarás. Dime tú antes por qué refleja la Luna una luz tan diferente de la del Sol, recibiéndola de él. Por qué se muestra unas veces roja y otras pálida. Por qué queda lívida y oscurecida cuando está privada de la presencia del Sol. Así como todos estos cuerpos son astros, no obstante su desemejanza, ¿por qué no han de ser eternos los cometas y tener igual naturaleza que aquéllos a pesar de la diferencia de aspecto? Si consideras bien el universo mismo, ¿no está formado de partes diversas? ¿A qué se debe que el sol sea ardiente siempre en el signo del León y abrase entonces la tierra, mientras que en Acuario hace el invierno más intenso y cierra los ríos con barreras de hielo? Los dos signos, sin embargo, tienen igual condición, aunque sus efectos y naturaleza sean muy diferentes. Aries se alza en muy poco tiempo; Libra es de los más tardíos, y no por esto dejan de tener estos dos signos igual naturaleza, a pesar de la velocidad del uno y de la lentitud del otro. ¿No ves cuán contrarios son entre sí los elementos? Son pesados o ligeros, fríos o cálidos, húmedos o secos. La armonía del universo resulta de estas discordancias. Niegas que el cometa sea un astro, porque su forma no corresponde con el ejemplar, ni es igual a los demás. Pero considera cuán poco se parece el astro que necesita treinta años para recorrer su órbita, al que la recorre en uno. La naturaleza no ha sujetado sus obras a una forma única, estando orgullosa con su misma variedad. Hizo un astro más grande, otro más rápido, éste más poderoso, más moderada la acción de aquél; algunos, puestos por ella fuera del grupo general, marchan aislados y con más brillo; otros forman la multitud. Ignora el poder de la naturaleza quien cree que no ha podido hacer jamás otra cosa que lo que hace ordinariamente. No muestra con frecuencia cometas; les ha designado puesto separado, períodos diferentes y movimientos muy distintos de los de los planetas. Ha querido realzar la grandeza de su obra con sus apariciones, demasiado bellas para que se las crea casuales, ora se atienda a su magnitud, ora se atienda a su brillo, más ardiente y más intenso que el de los demás astros. Tiene su faz de singular y notable, que en vez de estar encerrada y condensada en pequeño círculo, se desplega libremente y ocupa por sí sola el espacio de muchas estrellas.

XXVIII. Aristóteles dice que los cometas presagian tempestades, vientos violentos y abundantes lluvias. ¿Y qué? ¿no crees que los astros pueden anunciar lo venidero? Sin duda no es señal de tempestad, como lo es de futura lluvia que una lámpara chisporrotee, forme gruesa pavesa , o como es señal de tiempo rudo que el cuervo marino recorra jugando las playas desiertas, o la garza se lance en raudo vuelo desde sus charcas a las nubes sino que es pronóstico general, como lo es el del equinoccio que cambia la temperatura haciéndola más cálida o más fría, o como predicen los Caldeos, según la buena o mala estrella bajo que se nace. Lo cierto es que no para el momento mismo anuncia el cometa los vientos y la lluvia, según añade Aristóteles, sino que hace sospechoso al año entero. Dedúcese de esto que el cometa no recibe los pronósticos de los elementos vecinos y para época inmediata; los recibe de más lejos, y proceden de la misteriosa ley del mundo. El que apareció bajo el consulado de Patérculo y Vospico, realizó lo que predijeron Aristóteles y Theofrasto, quedando en Acaya como también en Macedonia ciudades destruidas por los terremotos. La lentitud de los cometas, según Aristóteles, demuestra su pesadez y que contienen muchas partes terrestres; también lo demuestra así su marcha, porque casi siempre se dirigen a los polos.

XXIX. Ambos asertos son falsos. Hablaré desde luego del primero. ¡Cómo! ¿Los que marchan despacio son más pesados? ¿Por qué? Saturno, el planeta que emplea más tiempo en recorrer su órbita, será el más pesado, siendo argumento que demuestra su ligereza el hecho de encontrarse más alto que los demás. Pero, dirás, recorre un círculo mayor; su velocidad no es más pequeña, sino más larga su carrera. Ten presente que puedo decir otro tanto de los cometas, aunque su marcha fuese más lenta. Pero es falso que sean más lentos. El último cometa recorrió en seis meses la mitad del cielo: el anterior empleó menos tiempo en desaparecer. Pero dices también: son pesados, puesto que descienden. En primer lugar, no es descender moverse circularmente; además, el último cometa, que partió del Septentrión, avanzó por el Occidente hacia el meridiano, y a fuerza de elevarse desapareció de nuestra vista. El otro, el Claudiano, se vio primeramente al Septentrión, y no cesó de subir en línea recta hasta que desapareció. Esto es cuanto acerca de los cometas sé de interesante para mí y para los demás. Si es cierto o no, discútanlo los que sepan lo verdadero. En cuanto a nosotros, solamente podemos investigar a tientas, caminar en la oscuridad y por conjeturas, sin tener seguridad de encontrar lo cierto, pero también sin desesperar de ello.

XXX. Egregiamente dijo Aristóteles: Nunca debemos ser más circunspectos que cuando hablamos de los dioses. Si penetramos en los templos con recogimiento, si no nos acercamos a un sacrificio sino con los ojos bajos y la toga recogida, si en toda nuestra actitud mostramos respeto, ¿cuánto mayor debemos demostrarlo cuando se discute acerca de los astros, los planetas, la naturaleza de los dioses, para no afirmar nada temerario, irreverente o falso, ni mentir a sabiendas? No debe admirarnos que tanto tiempo se emplee en descubrir lo que se encuentra tan profundamente oculto. Panætio y los que pretenden que los cometas no son astros ordinarios, sino falsas apariencias de estrellas, examinaron cuidadosamente si todas las estaciones son igualmente idóneas para su aparición; si todas las regiones del cielo pueden engendrarlos; si pueden formarse en todas partes a donde pueden dirigirse, y otras muchas cuestiones que desaparecen en el acto, si, como digo, no son fuegos fortuitos, si entran en la constitución misma del cielo, que los presenta rara vez y los mueve en secreto. ¡Cuántos otros cuerpos giran invisibles en el espacio sin presentarse jamás a la vista del hombre! No lo ha hecho todo Dios para nosotros. ¡Qué pequeña parte de ese inmenso conjunto se otorga a nuestras miradas! El árbitro, el creador de tantos prodigios, el fundador de ese gran conjunto del que se hizo centro; siendo la parte más importante y mejor de su obra, se oculta a nuestros ojos y solamente con el pensamiento podemos verlo.

XXXI. Muchos otros poderes, cercanos al supremo numen por su fuerza y naturaleza, nos son desconocidos, o tal vez, y esto es más admirable aún, escapan a nuestra vista a fuerza de deslumbrarla, bien porque sustancias tan tenues no son apreciables a los ojos de los hombres, bien porque su majestuosa santidad se oculta en profundo retiro para gobernar su imperio, es decir, a sí mismas, y no dejar acceso mas que al alma. Qué sea este ser sin el cual nada puede existir, lo ignoramos; ¿y nos admira no conocer mas que imperfectamente algunos puntos luminosos, cuando se nos oculta ese Dios que es la parte más principal del universo? ¡Cuántos animales no conocemos sino desde el siglo actual! ¡Cuántos otros no conocemos y conocerán nuestros descendientes! ¡Cuántas cosas están reservadas para las edades venideras, cuando no exista ni siquiera nuestra memoria! Cosa pequeña sería el mundo si no encerrase el gran misterio que todos deben investigar. Eleusis guarda secretos para los que vuelven a verla. Así también la naturaleza no se muestra completamente desde luego. Nos creernos iniciados, y estamos aún a las puertas del templo. No se muestran sus arcanos indistintamente y a todo mortal, sino que están recogidos y encerrados en el interior del santuario. Este siglo verá algunos, y otros se revelarán en la edad que nos reemplace. ¿Cuándo llegarán estas cosas a nuestro conocimiento? Los grandes descubrimientos no son rápidos, sobre todo cuando languidecen los esfuerzos. Una sola cosa hay a la que tendemos con toda la fuerza de nuestra alma y que no alcanzamos aún: a ser pésimos. Nuestros vicios pueden progresar más. El lujo puede enamorarse aún de nuevas locuras; el libertinaje inventa contra sí mismo nuevos ultrajes; la vida, muelle que debilita y consume, puede aumentar todavía sus dañosos refinamientos. Aún no hemos abandonado por completo toda virilidad. Lo que nos queda de buenas costumbres desaparece bajo la elegancia y brillantez de nuestros cuerpos. Hemos vencido a las mujeres en afeites; los colores de las meretrices, que nuestras matronas rechazaron, los hemos adoptado nosotros. Aféctanse actitudes afeminadas, paso inseguro y delicado: no andamos, nos deslizamos; nos adornamos los dedos con anillos, y en cada falange brilla una piedra preciosa. Diariamente imaginamos nuevos medios para degradar nuestro sexo o disfrazarlo, no pudiendo rechazarlo. Uno se amputa lo que lo hace hombre; el otro busca el asilo deshonrado del circo, se vende para morir y se arma para hacerse infame. Hasta el indigente mismo es libre para satisfacer su desenfreno.

XXXII. ¿Te admira que la sabiduría no haya completado todavía su obra? La inmoralidad no ha conseguido todo su desarrollo. Acaba de nacer, y sin embargo le consagramos nuestros cuidados, siendo ministros suyos nuestros ojos y nuestras manos. Pero ¿qué amigos tiene la sabiduría? ¿quién la cree digna de algo más que una mirada al pasar? Y a la filosofía y las artes liberales, ¿quién les concede otros momentos que el que dejan los intervalos de los juegos o un día lluvioso, es decir, el tiempo perdido? Por esta razón desaparecen con tantas familias de filósofos por falta de sucesores. Los Académicos, tanto antiguos como modernos, no han dejado pontífice. ¿Quién enseñará os preceptos pyrronianos? La impopular escuela pitagórica no tiene maestro. La de Sextio, que la renovaba con vigor romano, habiendo empezado con entusiasmo,
está ya muerta. En cambio, ¡cuánto se trabaja para que no se olvide el nombre de cualquier mímico! En sus sucesores revive la noble raza de Pílades y Batilio; para estas artes hay sobrados discípulos y sobrados maestros. Cada casa es ruidoso teatro de bailes, en los que figuran los dos sexos. El esposo y la esposa se disputan recíprocamente la pareja. En seguida, cansada la frente con la máscara, se corre a los parajes de prostitución. De la filosofía no se cuida nadie. Así es que, lejos de descubrir lo que escapó a las investigaciones de nuestros padres, la mayor parte de lo que descubrieron desaparece en el olvido. Y sin embargo, aunque la dedicásemos todas nuestras facultades; aunque nuestra juventud morigerada la hiciese su único estudio, la enseñasen los padres, la aprendiesen los hijos, apenas llegaríamos, a fe mía, al fondo del abismo en que está colocada la verdad, que hoy nuestra indolente mano busca en la superficie de la tierra.

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